viernes, julio 03, 2009

“El animal comido, el cadáver y la cosa”, de Georges Bataille







La definición del animal como una cosa se ha convertido humanamente en un dato fundamental. El animal ha perdido la dignidad de semejante del hombre, y el hombre, percibiendo en sí mismo la animalidad, la contempla como una tara. Hay, sin duda, una parte de mentira en mirar al animal como una cosa. Un animal existe por sí mismo, y para ser una cosa debe estar muerto o domesticado. De este modo el animal comido no puede ser puesto como un objeto más que a condición de ser comido muerto. Incluso no es plenamente cosa más que bajo la forma de asado, de parrillada, de hervido. La preparación de las carnes no tiene, por otra parte, esencialmente el sentido de una búsqueda gastronómica: se trata, antes de eso, del hecho de que el hombre no come nada antes de hacer de ello un objeto. Al menos en las condiciones ordinarias, el hombre es un animal que no participa en lo que come. Pero matar al animal y modificarlo a capricho no es solamente transformar en cosa algo que no lo era, sin duda, desde un comienzo, es definir de antemano al animal vivo como una cosa. Desde el punto que mato, que descuartizo, que cuezo, afirmo implícitamente que eso no ha sido nunca más que una cosa. Despedazar, cocer y comer al hombre es, por el contrario, abominable. Eso no es hacer daño a nadie; incluso no es raro que sea contrario a la razón el no hacerlo. El estudio de la anatomía, no obstante, no ha dejado de ser escandaloso más que desde hace poco. Y pese a las apariencias, incluso los materialistas endurecidos son todavía tan religiosos que, a sus ojos, es siempre un crimen hacer de un hombre una cosa —un asado, un estofado...—. La actitud humana respecto al cuerpo es, por otra parte, de una complejidad aterradora. Es la miseria del hombre, en tanto que es espíritu, tener el cuerpo de un animal, y a ese respecto ser como una cosa, pero es la gloria del cuerpo humano ser el sustrato de un espíritu. Y el espíritu está tan unido al cuerpo-cosa, que éste no deja nunca de verse asediado por él, no es nunca cosa más que en último extremo, hasta el punto de que, si la muerte le reduce al estado de cosa, el espíritu está entonces más presente que nunca: el cuerpo que le ha traicionado le revela más que cuando le servía. En cierto sentido, el cadáver es la más perfecta afirmación del espíritu. Es la esencia misma del espíritu la que revelan la impotencia definitiva y la ausencia del muerto, lo mismo que el grito de aquél a quien matan es la afirmación suprema de la vida. Recíprocamente, el cadáver del hombre revela la reducción completa al estado de cosa del cuerpo del animal, en consecuencia, del animal vivo. Es en principio un elemento estrictamente subordinado, que no cuenta para sí mismo. Una utilidad de la misma naturaleza que la tela, el hierro o la madera manufacturada.






en Teoría de la Religión, 1973










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