viernes, octubre 31, 2008

“Tarde de ovejas”, de Saint-Pol Roux






A Louis Denise



La mancha de sangre desaparece en el horizonte de aquí.
La gota de sangre aparece en el horizonte de allá.

Hombre simple que se disipa en la flauta
y cuya prudencia tiene la forma de un perro negro,
el pastor desciende la adolescencia de la ladera.
Lo siguen sus ovejas, con dos pámpanos en lugar de orejas
y dos racimos en lugar de ubres;
lo siguen sus ovejas: viñas ambulantes.

Tan puro el rebaño que en esta tarde de estío
parece que nevase infantilmente sobre la llanura.
Esas pequeñas cajas de vida pastaron allá arriba
en las cazuelas y vuelven a bajar repletas.

Mis deseos también,
estimulados por la flauta de la Esperanza y el perro de la Fe,
subieron esta mañana por la colina del Misterio;
y más arriba subieron que las ovejas de mi aldea,
las ovejas de mi alma.

Pero la estrella perfumada, en medio de la llanura de jacintos,
incendió los dientes ávidos
que querían desabrochar su blusa fértil.

Es por eso que mi sutil rebaño, a la hora del ángelus,
vuelve a entrar en mí mismo con los flancos desesperados.

Las ovejas están en el redil
y el hombre simple se va a dormir
en medio de su flauta y de su perro negro.








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