sábado, octubre 20, 2007

"Antimemorias", de André Malraux

Extractos citados por Eric Laurent en Hay un fin de análisis para los niños







Al final de su “Discurso de clausura de las jornadas sobre la psicosis en el niño”, Lacan dice: Ciertas Antimemorias están hoy de actualidad. Eran las Antimemorias de André Malraux aparecidas en 1967. El autor las abre con la confidencia de extrañas resonancias con la que un religioso se despedía: Lo que he llegado a creer, fíjese, en ese ocaso de mi vida, le digo, es que no hay personas mayores.

En la primera página de sus Antimemorias, Malraux reflexiona así: Me evadí en 1940 con el futuro capellán de Vercors. Poco tiempo después de la evasión nos encontramos en el pueblo de Drȏme donde él era cura y donde daba certificados de bautismo a los Israelitas, siempre a condición de bautizarlos. (Le pregunté) –¿Desde cuándo confiesa usted? –Desde hace unos quince años. -¿Y qué le ha enseñado de los hombres la confesión? –Sabe usted, la confesión no enseña nada porque cuando uno confiesa uno es otro, está la Gracia. Y por lo tanto... De entrada la gente es mucho más desdichada de lo que uno cree y además... Levantó sus brazos de leñador en la noche estrellada: ...Y además, en el fondo, es que no hay personas mayores.

Las Antimemorias terminan también con un diálogo entre un párroco que había sido capellán en los campos de concentración, una mujer superviviente de los campos, el capitán y Malraux. ¿Qué habían enseñado los campos de concentración de los hombres? Es la mujer la que responde: Para mí, dijo Brigitte, esto se mezcla mucho. Al principio –supongo que a ustedes les pasaba lo mismo- no pensábamos llegar a sobrevivir. En el Lutecia –el hotel Lutecia era el primer lugar donde los prisioneros que volvían de los campos eran acogidos y minimamente humanizados- el médico que me hizo las radiografías me dijo: -De cualquier manera todas vosotras habréis reventado antes de diez años. No se le podía reprochar que hinchara la cabeza a sus pacientes. Después no me acordé más de esto, porque cada vez que me llegaba el olor de los castaños y de los adoquines húmedos de la calle Henri-Martin, creía que iba a despertarme en los campos y me abofeteaba para asegurarme que no estaba soñando. Enternecía a los transeúntes. Lo que se decía había tomado para mí una forma extraña: encontraba infantil a tofo el mundo. Encontraba que mis padres se habían convertido en momias. Por delicadeza ellos no me hablaban de los campos: mi padre salió de su mutismo los primeros días, pero su silencio también me parecía infantil.






1 comentario:

Alfonso Antón dijo...

Me encanta "La Condición Humana": une la novela de aventuras,de maravilloso ritmo y las preocupaciones intelectuales. Cuando tenga tiempo leeré "Las Antimemorias".Empecé unas cuantas páginas del comienzo de "La Esperanza",pero no tuve tiempo libre.