viernes, abril 13, 2007

“El efecto Irán”, de Noam Chomsky

Marzo, 2007



Los resultados de un ataque sobre Irán podrían ser horrendos. Después de todo, según un reciente estudio sobre el efecto Irak elaborado por los especialistas en terrorismo Peter Bergen y Paul Cruickshank, basándose en datos provenientes del Gobierno y de la Rand Corporation, la invasión norteamericana a Irak ha producido una multiplicación por siete del terror. El efecto Irán sería probablemente mucho más grave y duradero. El historiador militar británico Corelli Barnett expresa lo que muchos piensan cuando afirma que “un ataque sobre Irán equivaldría al lanzamiento efectivo de la Tercera Guerra Mundial”.

¿Cuáles son los planes de esa camarilla cada vez más desesperada que acapara el poder en Estados Unidos? No podemos conocerlos. Esta planificación de Estado se mantiene, por supuesto, en secreto por razones de seguridad. El análisis de algunos documentos desclasificados revela que esta afirmación tiene mucho de cierta, aunque únicamente si entendemos por seguridad la del Gobierno contra su enemigo nacional, la población en cuyo nombre gobierna.

Aún en el caso de que la camarilla de la Casa Blanca no estuviera planeando la guerra, el despliegue naval, el apoyo a los movimientos secesionistas y las acciones terroristas contra Irán, junto a otras variadas provocaciones, podrían desembocar fácilmente en una guerra accidental, a la que las resoluciones del Congreso no supondrían una barrera infranqueable. En general, dichas resoluciones incluyen invariablemente determinadas excepciones en aras de la seguridad nacional, abriendo con ello cauces de un tamaño suficiente para permitir el paso de varios grupos de combate navales con portaaviones y su ubicación en el Golfo Pérsico, tan pronto como determinados líderes faltos de escrúpulo realizan declaraciones catastrofistas, como por ejemplo las de Condoleezza Rice cuando hablaba de las “nubes en forma de seta” sobre las ciudades estadounidenses. Además, la preparación del tipo de incidentes que justifica estos ataques constituye una práctica absolutamente familiar. Incluso los peores monstruos echan mano de justificaciones de este tipo y adoptan este mecanismo.

La barrera más efectiva a la decisión de la Casa Blanca de iniciar una guerra es el tipo de oposición popular organizada que llenó de miedo al liderazgo político-militar en 1968, hasta el punto de hacerlo reticente a enviar más tropas a Vietnam, por temor, como hemos sabido por los Papeles del Pentágono, a que necesitarían esas tropas para controlar el desorden civil interno.

Sería útil preguntarnos cómo actuaríamos nosotros si Irán hubiera invadido y ocupado Canadá y México y estuviera arrestando a representantes del gobierno de Estados Unidos en esos países, basándose en razones de resistencia a la ocupación iraní (llamada liberación, por supuesto). Imaginemos también que Irán estuviera desplegando masivas fuerzas navales en el Caribe y lanzando amenazas creíbles de lanzar una oleada de ataques contra una amplia gama de instalaciones –nucleares y de otro tipo– en Estados Unidos, si el gobierno de este país no aceptara liquidar inmediatamente todos sus programas de energía nuclear (y, naturalmente, desmantelar todas sus armas nucleares, que son infinitamente superiores, en cantidad y calidad a las del propio Irán). Supongamos que todo esto sucede después de que Irán hubiera derrocado el gobierno de Estados Unidos e instalado un innoble tirano (como Estados Unidos hizo en Irán en 1953), que luego hubiera apoyado una invasión rusa de Estados Unidos capaz de matar millones de personas (como Estados Unidos apoyó la invasión de Irán por Sadam Husein en 1980, que causó la muerte de cientos de miles de iraníes). ¿Nos quedaríamos acaso observando todo esto tranquilamente?

Resulta fácil comprender una observación realizada por uno de los principales historiadores militares de Israel, Martin van Creveld. Después de que Estados Unidos invadiera Irak, sabiendo que este país estaba sin defensa, afirmó: “Si los iraníes no intentaran fabricar armas nucleares, estarían locos”.

Es evidente que ninguna persona en su sano juicio desea que Irán, o cualquier otra nación (incluyendo las que gozan de “libre-auto-permiso” como Estados Unidos e Israel), desarrolle armas nucleares. Una resolución razonable de la actual crisis permitiría a Irán desarrollar su energía nuclear, de acuerdo con sus derechos como firmante del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, pero no armas nucleares. ¿Es factible esta solución? Lo sería, con una sola condición: que Estados Unidos e Irán fuesen sociedades democráticas en correcto funcionamiento, en las que la opinión pública tuviese una repercusión significativa a la hora de establecer las políticas públicas.

En realidad, esta solución cuenta con el apoyo mayoritario de iraníes y estadounidenses, que, en general, están de acuerdo en estas cuestiones nucleares. El consenso iraní-estadounidense incluye la completa eliminación de las armas nucleares en todo lugar (82% de estadounidenses); y si esto no puede conseguirse, debido a la oposición de las élites, entonces por lo menos el establecimiento de “una zona libre de armas nucleares en Oriente Próximo que incluya tanto los países islámicos como Israel” (71% de estadounidenses).

El 75% de los estadounidenses prefieren mejorar las relaciones con Irán que lanzar amenazas de fuerza. En pocas palabras, si la opinión pública tuviese una influencia significativa en las políticas de estado en Estados Unidos e Irán, la resolución de la crisis sería cuestión de poco tiempo, como también lo sería la consecución de soluciones de amplio alcance al desorden nuclear global.




1 comentario:

Ricardo J. Román dijo...

Muy buen post. En verdad es un problema grave. Lástima que no tenga muchas ganas de hablar de política y guerras en el día de hoy. Ya hablaremos en otra oportunidad.

Buen blogger :)